Fue
en un viaje donde empezó esta historia. Mi avión despegaba desde Madrid el
lunes a las 8:15 a.m. Llegué con tiempo para el embarque pero la gente es
demasiado puntual y teníamos a muchas personas por delante en la cola,
dispuestas a pasar horas de espera para coger un buen sitio.
Después de estar más de media hora
conseguimos entrar en el avión y, como no, solo quedaban los asientos de las últimas filas. A unos minutos de que cerrasen las
puertas del avión entró la última pasajera, que para mi sorpresa, se trataba de
mi reciente profesora de la universidad María Langarita!! Se me sentó al lado
ya que solo quedaba ese sitio y la tensión comenzó. ¿Se acordará de mí? ¿Sabrá
quién soy? ¿Le hablo? ¿No le hablo? Estos momentos para mí son muy difíciles
porque no me apaño con los saludos… Ella seguía instalándose, venía con mucha
prisa, pero bueno, quedaban dos horas de trayecto para que se relajara.
Nada
más terminar de instalarse y sin cambiar el gesto de su cara se giró y me
sorprendió con un “menuda coincidencia,
¿no?, ¿qué tal todo Rocío? ¿Qué se te ha perdido en Paris?”
¡Se acordaba de mí! Le conté que iba de
turismo con unos amigos, que nunca había estado allí y que ninguno de ellos era
arquitecto. Quedé bien, fui breve y pase la pelota a su terreno: “¿Qué tal tú? ¿Qué planes tienes allí? ¿Qué
tal el trabajo?...”. Ella iba a Paris por trabajo. En el estudio
estaban haciendo un proyecto con un
cliente de Paris y las reuniones las
tenían una vez al mes allí. El estudio le iba muy bien, tenían mucho trabajo y no daban abasto con todo.
Tenía que hacer más cosas que horas
tiene un día.
Mis
acompañantes de viaje pronto se juntaron entre ellos y me dejaron de lado ya
que les había cambiado por otro pasajero.
Así que no tuve más remedio que seguir hablando con María, y le pregunté
por el proyecto que estaba realizando en París. Fueron dos horas de
conversación ininterrumpida en las que conocí más cosas de ella que en todo el
curso en el que fue mi profesora.
Llegamos al punto de confianza al que
se llega con las personas que piensas que no vas a volver a ver.
Observé
en su ordenador el documento en el que estaba trabajando. Fue un poco
indiscreto, pero en ese momento perdí la
vergüenza y me lancé a preguntarle por él. Se trataba del proyecto de su casa,
lo desarrolla en su tiempo libre, pero a este ritmo nunca llegará a terminarlo.
Quizá sea un proyecto utópico, una metacasa
o cualquier otra cosa que pueda pasar por su mente.
Mientras ella hablaba yo pensaba en la
oportunidad que se me estaba pasando por delante. María no buscaba a nadie,
ella puede realizar su proyecto, pero yo podía crearle la necesidad para
hacerme hueco. Yo podía ofrecerle mi dedicación completa al proyecto y mis
ganas de aprender de ella. Tengo demasiada confianza en mí misma. Tengo ganas
de hacer algo que me apasiona. Tome valor y me lancé, ese proyecto tenía que
ser mío. Si llego a estar en otro lugar no me hubiese atrevido, pero después de
dos horas conversando no me dio miedo. Al poco tiempo ya había convencido a María
de que es mejor que lo realice otra persona, y por la cuenta que me trae esa
persona tenía que ser yo, y no dudé en decirlo claramente. Se lo pensó por unos
segundos y me propuso una ruta por Paris y que yo le contase mis últimos
proyectos.
No sé exactamente lo que busca, lo
desconozco, pero no temo encargarme de este proyecto.
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