lunes, 3 de febrero de 2014

En un viaje...

Fue en un viaje donde empezó esta historia. Mi avión despegaba desde Madrid el lunes a las 8:15 a.m. Llegué con tiempo para el embarque pero la gente es demasiado puntual y teníamos a muchas personas por delante en la cola, dispuestas a pasar horas de espera para coger un buen sitio.
         Después de estar más de media hora conseguimos entrar en el avión y, como no, solo quedaban  los asientos de las últimas filas. A unos minutos de que cerrasen las puertas del avión entró la última pasajera, que para mi sorpresa, se trataba de mi reciente profesora de la universidad María Langarita!! Se me sentó al lado ya que solo quedaba ese sitio y la tensión comenzó. ¿Se acordará de mí? ¿Sabrá quién soy? ¿Le hablo? ¿No le hablo? Estos momentos para mí son muy difíciles porque no me apaño con los saludos… Ella seguía instalándose, venía con mucha prisa, pero bueno, quedaban dos horas de trayecto para que se relajara.
Nada más terminar de instalarse y sin cambiar el gesto de su cara se giró y me sorprendió con un “menuda coincidencia, ¿no?, ¿qué tal todo Rocío? ¿Qué se te ha perdido en Paris?”
¡Se acordaba de mí! Le conté que iba de turismo con unos amigos, que nunca había estado allí y que ninguno de ellos era arquitecto. Quedé bien, fui breve y pase la pelota a su terreno: “¿Qué tal tú? ¿Qué planes tienes allí? ¿Qué tal el trabajo?...”. Ella iba a Paris por trabajo. En el estudio estaban  haciendo un proyecto con un cliente de Paris  y las reuniones las tenían una vez al mes allí. El estudio le iba muy bien, tenían  mucho trabajo y no daban abasto con todo. Tenía que hacer  más cosas que horas tiene un día. 
Mis acompañantes de viaje pronto se juntaron entre ellos y me dejaron de lado ya que les había cambiado por otro pasajero.  Así que no tuve más remedio que seguir hablando con María, y le pregunté por el proyecto que estaba realizando en París. Fueron dos horas de conversación ininterrumpida en las que conocí más cosas de ella que en todo el curso en el que fue mi profesora.
Llegamos al punto de confianza al que se llega con las personas que piensas que no vas a volver a ver.
Observé en su ordenador el documento en el que estaba trabajando. Fue un poco indiscreto, pero en ese momento perdí  la vergüenza y me lancé a preguntarle por él. Se trataba del proyecto de su casa, lo desarrolla en su tiempo libre, pero a este ritmo nunca llegará a terminarlo. Quizá sea un proyecto utópico, una metacasa o cualquier otra cosa que pueda pasar por su mente.
 Mientras ella hablaba yo pensaba en la oportunidad que se me estaba pasando por delante. María no buscaba a nadie, ella puede realizar su proyecto, pero yo podía crearle la necesidad para hacerme hueco. Yo podía ofrecerle mi dedicación completa al proyecto y mis ganas de aprender de ella. Tengo demasiada confianza en mí misma. Tengo ganas de hacer algo que me apasiona. Tome valor y me lancé, ese proyecto tenía que ser mío. Si llego a estar en otro lugar no me hubiese atrevido, pero después de dos horas conversando no me dio miedo. Al poco tiempo ya había convencido a María de que es mejor que lo realice otra persona, y por la cuenta que me trae esa persona tenía que ser yo, y no dudé en decirlo claramente. Se lo pensó por unos segundos y me propuso una ruta por Paris y que yo le contase mis últimos proyectos.

No sé exactamente lo que busca, lo desconozco, pero no temo encargarme de este proyecto. 

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