Hay una historia desconocida en el alunizaje del Apollo 11,
y no estoy hablando de que fuera falso, les estoy hablando de Edwin Eugene Aldrin, Junior, el segundón de Neil
Armstrong.
Eran tres los tripulantes de la nave aquel día de julio del
69, Armstrong, Collins y nuestro protagonista, Aldrin. El mes de duración del
viaje fue algo incómodo, dejando de lado el hecho del angosto espacio y lo raro
que era comer bolas flotantes de comida, la tensión entre los tres tripulantes
de la nave acrecentaba por momentos, pues aun no se sabía quién sería el primer
hombre en pisar la luna. Y este no era un hecho a la ligera. El pueblo de Wakaponeta,
Ohio, el cual vio crecer a Armstrong, había instalado una costosa pantalla
gigante en el centro de la plaza.
La novia de Michael Collins por su parte, le esperaba
ardientemente en casa con un montón de velas y pétalos de rosa. Todo el
tinglado fue muy descabellado por su parte, en primer lugar porque Collins era
el piloto de la nave, y por tanto no
podía abandonarla en ningún momento. En segundo lugar, el mes de espera a la
aparición del alunizaje en televisión, hicieron que la casa, y la chica,
ardieran en llamas.
Edwin Aldrin también tenía sus grupis, los octogenarios del
geriátrico del Nueva Jersey, compañeros del abuelo de Aldrin, la única familia
que le quedaba tras el accidente que costó la vida a su familia, y del cual
nunca quería acordarse.
Pues bien, las semanas pasaban y nadie quería sacar el
espinoso tema que incluía las palabras “pisar”, “luna”, “astronauta archifamoso”,
y ese tipo de consideraciones. Finalmente, para terminar con la tensión,
decidieron que se haría a cara a cruz, pusieron las cartas sobre la mesa y le
dijeron a Collins que era inviable que él dejara la nave en ningún momento. El
lanzamiento de moneda se llevaría a cabo justo antes de abrir la puerta, y la
mano inocente sería el pobre Collins.
Por fin llegó el anhelado 20 de julio de 1969. Aldrin y
Armstrong estaban mordiéndose las uñas apretujados en el LEM, o módulo lunar,
parte de la nave encargada del alunizaje, que se desprendería de la nave
principal llegado el momento. Aldrin empezaba ya a roer el puño de su traje
espacial. Toda su vida pasaba delante de él, su infancia en el campamento
espacial, la trágica pérdida de sus padres y su hermana, y los largos
entrenamientos en el simulador estelar. El silencioso clima se rompió cuando
Armstrong decidió ir a ver a Collins a la central de mandos ciberespacial, para
ver cuánto quedaba. A la vuelta le dijo a Aldrin que aún faltaban unas cuatro
horas, y que debía ir a comprobar el ensamblaje del LEM con la nave principal,
ya que Armstrong decía haber oído un zumbido a la vuelta la nave principal.
Aldrin se dirigió a realizar su tarea, y mientras comprobaba
los fusibles, escuchó un estruendo que venía de la parte delantera del módulo
lunar. De pronto, el Apollo 11 empezó a tambalearse y los ventiladores se
pusieron en marcha. ¡Estaban tocando tierra y Armstrong no le había avisado!
Aldrin salió corriendo para atrapar a su colega pero cuando llegó a la cabina
principal la puerta ya estaba abierta.
La palanca de abertura en caso de emergencia estaba
accionada, y Neil Armstrong gozaba de la ingravidez en el exterior. Edwin, aún
perplejo, se asomó por la puerta. Al verle Armstrong empezó a gritar: “Buzzer!
Buzzer!” (zumbido en inglés) en burla. La ira invadió por unos instantes a
Aldrin, pero se le paso rápido, pues recordó un capítulo de su infancia. Pertenecía
a los primeros años de su hermana, cuya primera palabra fue “buzzer”, por no
poder pronunciar bien “brother”. Estos entrañables momentos con su hermana
consiguieron dominar al astronauta, hasta el punto que bajo de la nave, caminó
hacia su antagonista, y le bailo el “no rompas mas” de Coyote Dax. Y con las
mismas se subió a la nave dispuesto a emprender el viaje de vuelta. Le hizo dos
malas fotos desde la ventana, por cumplir, y se abrochó el cinturón de
seguridad.
Cuando volvieron a pisar tierra firme, Aldrin le dijo a
Armstrong que no contaría nada, no por temor a las represalias, sino porque
sentía lastima por él, y consideraba que si había llegado a el punto de hacer
algo tan temerario y mezquino, realmente tendría que ser quien figurara en las
portadas de las revistas, pues su alma ya estaba corrompida.
Edwin por su parte, se autoimpuso el mote de Buzzer, y cambió
legalmente su nombre, Edwin Eugene, a Buzz en 1988. Se hizo un nombre en la
industria del cine, con numerosas apariciones en westerns y poniendo voz a
dibujos animados, como Buzz light year, al que como ya habréis adivinado, dio
el nombre también.
Buzz Aldrin es un ejemplo de valentía. Y no solo por formar
parte de la primera tripulación que llega a la luna (y vuelve), este tipo de
valentía requiere de preparación física y mental. La valentía que a mí me
interesa es la que le llevó a enfrentarse a sus miedos, a sus recuerdos
traumáticos de infancia, la valentía que le impulsa todos los días a levantarse
y decir, soy buzz, un buzzer, un tipo que perdió la oportunidad de ser el
primero en pisar la luna, y qué importa, estuve allí, me he rehecho a mí mismo,
y ahora soy feliz, siendo el segundón, con un nombre anónimo y haciendo lo que
me gusta. Armstrong se hizo mundialmente famosos por su “hazaña”,
hizo varias giras por Estados Unidos y Europa contando su historia y animando a
niños a seguir su ejemplo. Sin embargo, la verdad le atormentaba todas las
noches, y cayó en la bebida pues ya no tenía razón para despertarse pues había
cumplido el sueño de su vida, y no tenía ni gente con quien celebrarlo, ni
nueva metas. Lo importante de esta historia es que al final ¡la vida es de los
valientes! Y los honestos además la disfrutan.
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